Tres reflexiones sobre el futuro del trabajo
Por Arturo Arriagada
Escuela de Comunicaciones y Periodismo, Universidad Adolfo Ibáñez
Investigador Principal, Núcleo Milenio sobre la Evolución del Trabajo (MNEW)
Por “trabajo de plataformas” entendemos aquellas actividades que son facilitadas, organizadas y mediadas por aplicaciones y/o plataformas digitales. Detrás de ellas no solo hay tecnologías, sino también miles de personas que realizan –muchas veces de manera invisible—las tareas que requerimos. Desde moderadores y creadores de contenido en las redes sociales, actividades humanas que alimentan tecnologías de inteligencia artificial (IA), hasta conductores y repartidores de comida.
El Banco Mundial estima en 135 y 435 millones el total de trabajadores de plataforma en el mundo, representando entre un 4,4% y un 12,5% de la fuerza laboral mundial. Según el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), en Chile casi un 3% de la fuerza laboral realiza algún tipo de trabajo de plataformas (aprox. 205.000 personas). La incertidumbre económica post-pandemia es un escenario ideal para el aumento de este tipo de actividades, tal como ocurrió en la crisis de 2008.
En este artículo, me gustaría analizar dos casos para explorar algunas implicancias sociales y culturales del trabajo de plataformas: el de un creador de contenido digital y una repartidora de compras de supermercado.
Dylantero y su mamá mostrando su casa nueva.
Dylantero es un creador de contenido chileno y hace un tiempo apareció en mi Instagram en una noticia publicada por un medio de comunicación porque con sus ganancias le compró una casa a su mamá. Cito el texto de la nota: “Dylantero, quien cuenta con 1,2 millones de seguidores en Twitch y 2,3 millones de suscriptores en YouTube, compartió las imágenes abrazado a su madre y con la nueva casa de fondo, sentenciando que gracias a sus fanáticos se da cuenta de que es feliz”.
El segundo ejemplo es el de una mujer que trabaja como repartidora de compras de supermercado para una aplicación digital: vive en Recoleta, pero trabaja en el sector oriente de Santiago, donde hay más pedidos. En plena pandemia tuvo que despachar cuatro: dos a Vitacura, uno a Las Condes y otro a Lo Barnechea. En uno se demoró 45 minutos en ir a dejarlo –estaba a 12 kilómetros de distancia– y ganó $4.300. En total recibió $24 mil por los cuatro pedidos. “Me fue mal, porque debo hacer mínimo $30 mil diarios, para tener unas 150 lucas al final de la semana”.
Una visión optimista del trabajo de plataforma diría que Dylantero y la repartidora son personas apasionadas, auténticas, autónomas, sus propios jefes. Pueden combinar trabajos, generando más ingresos. Mientras más suscriptores a su canal en YouTube tenga Dylantero, mayores ingresos podrá generar por la visualización de sus contenidos. Mientras más pedidos tome la repartidora, mayores ingresos podrá obtener. Es la aspiración por la autonomía y la independencia la que mueve a estas personas. Y plataformas como YouTube o Uber, los medios para lograrlo.
Una visión pesimista del trabajo de plataforma se enfocaría en la incertidumbre de este tipo de actividades: la soledad, los riesgos físicos y emocionales que conlleva realizarlas, y la imposibilidad de desarrollar una “carrera” de largo plazo. Por ejemplo, Dylantero y la repartidora tienen que lidiar con los algoritmos de las plataformas y aplicaciones que premian o castigan su desempeño con más visibilidad o con la desactivación.
Más allá del optimismo y pesimismo, me gustaría plantear tres preguntas en torno a esta nueva organización y gestión del trabajo que ofrecen aplicaciones y plataformas.
¿Es apropiado pensar en un futuro común para quienes realizan trabajos de plataforma? Los niveles de autonomía alcanzados por los trabajadores dependen de factores culturales y económicos. Por ejemplo, a mayor nivel de capital económico y cultural (educación, habilidades y conocimientos), mayores probabilidades de alcanzar autonomía y mejores ingresos. Las bajas barreras de entrada que ofrece este mercado laboral reproducen desigualdades preexistentes. Es el caso de repartidores y conductores migrantes, los cuales, muchas veces, subarriendan cuentas sin documentación para poder trabajar. En el caso de los creadores de contenido, quienes logran obtener ingresos, tienen una condición socioeconómica que les permite sostener los gastos de esta actividad. En ambos casos, las asimetrías de información y de poder, entre plataformas e individuos, son evidentes, ya sea a través de algoritmos y términos y condiciones definidos unilateralmente.
Arturo Arriagada
¿Qué subjetividad laboral –o la percepción de nosotros mismos en relación con las actividades que realizamos—se está configurando con estos nuevos trabajos? Las experiencias de los trabajadores se ven marcadas por la indiferencia, incertidumbre, soledad, y en algunos casos, por vínculos sociales débiles. Son limitadas las posibilidades de desarrollo profesional, cuando se trabaja de forma aislada, sin poder crear redes con otros pares, muchas veces esforzándose al máximo para intentar cumplir una promesa que es muy incierta: la de ser tu propio jefe. Y esto es lo complejo, ¿a qué costo? Existe una alta valoración de la autonomía que ofrece la economía de las plataformas por parte de los trabajadores. Hay optimismo, además, en la reinvención laboral, ya sea por necesidad o por interés. La pandemia ayudó mucho a mover estas barreras.
¿Dónde queda la política –entendida como aquellos procesos relacionados con el ejercicio y distribución de poder en la sociedad por parte de individuos, grupos, organizaciones e instituciones? ¿Qué rol juega la política para encauzar y resolver a través de instituciones y regulaciones las asimetrías de poder que se generan en estos trabajos del futuro? En Chile, recientemente, se comenzó a implementar una ley que regula el trabajo de plataformas y una actualización a la política de Inteligencia Artificial. Esta última, con un foco en la “pérdida de trabajos” y el “reemplazo de los humanos por máquinas”. La política es clave para canalizar, a través de políticas públicas, el futuro del trabajo con un foco en las personas, el fomento a la educación, la creatividad y el desarrollo profesional.
Esta columna se publicó en el número de diciembre de Revista RAL de la Universidad Adolfo Ibáñez (UAI)